La inseguridad

EN TIEMPOS de Suárez, que tampoco son los de Maricastaña, un manifestante temía más a un policía que un policía a un manifestante. Y no por estar aún cerca la dictadura de Franco sino porque es lo que pasa en todos los países del mundo, sobre todo cuando son democracias. Si un delincuente se tropieza con un policía, lo normal es que huya. Si un grupo de malhechores es sorprendido por un grupo de policías, lo habitual no es que trate de matar a los policías sino que salga zumbando. Apuñalarles o romperles la cabeza es temeridad de narcotraficantes o atracadores de banco, pero más común en las películas de sociópatas que en la realidad.

Salvo en España, claro. Aquí hemos visto cómo una turba de extrema izquierda tomaba la capital y la Policía tenía orden de no defenderse ante sus agresiones porque el ministro del Interior, gran amigo del presidente y gran enemigo del orden público, no quería que unos dizque observadores de la OSCE, échale siglas al pavo, pudieran decir que los policías españoles son salvajes represores de la pacífica exhibición de sensibilidades políticas distintas a la de Rajoy, que, como no tiene ninguna, son prácticamente todas. Una oyente de esRadio decía ayer que viendo, como ha visto todo el mundo, a los policías indefensos ante los delincuentes, hay que pensar en lo indefensos que se sienten los ciudadanos. Pero a esta casta descastada que nos desgobierna sólo le preocupa la defensa de sí misma y evitarse alguna incomodidad por algún euromemo de visita. Como en Nueva York, vamos.

La orden del Fouchet del PP (que es a Fouché lo que el fuet al salchichón) era no disparar pelotas de goma para que nadie se acordara de Melilla y no reprimir a los violentos para que Uropa vea que este Gobierno sacrifica el orden público al qué dirán los observadores de la OSCE y los verificadores de la ETA. No le importa qué dirá el turista –del que vivimos– que quiere ver el Museo del Prado y tropieza con unos maleantes que le impiden ver a Velázquez y, a cambio, le brindan el espectáculo de romperles la crisma a adoquinazos a unos policías indefensos. Pero el colmo de la inseguridad es que ahora abran expediente a los policías a los que rompieron los dientes por haber utilizado, dicen, material antidisturbios contra los que querían matarlos o gritaban ante el Samur «¡dejadlos morir!».

Esto, con Suárez, no pasaba.